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El océano dorado me acompaña,/ inunda mi retina y llega a mi mente./ Dorado, el sol como un rey se asoma./ Dorado como tu alma,/ como el brillo de tus ojos mirando al cielo.

En este atardecer que baña todo con el oro/ tus ojos se convierten en faros de mi corazón,/ y tu sonrisa como barrotes dorados/ que encierran tu dulce voz para que no escape,/ para que no embruje al universo/ como lo has hecho con mi alma.

Déjame ser como el dorado,/ brillante, esplendoroso, imponente./ Como las luciérnagas que en medio del ocaso/ nos escriben algo a lo lejos,/ algo que, quizás, no sea un adiós.